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jueves, 28 de marzo de 2024 00:00h.

La isla y la Mariposa. Unas reflexiones desde muy lejos

Ser ciudadano del mundo no es fácil en los tiempos de pandemia. Solo recientemente aprendí que existe un antiguo proverbio, pues ¡sí!, chino que resume mi teoría preferida del funcionamiento de las cosas: “El leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”. 
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"La valiosa colaboración, en forma de texto y fotos, viene en esta ocasión de la mano de Krzysztof Szczurek. Trabaja en Bruselas como traductor, pero buena parte del año vive en Vallehermoso donde tiene su casa y su domicilio. Los meses de mayor virulencia del Covid19 y del confinamiento los vivió fuera, y en esas circunstancias y desde la distancia escribió y nos envió su artículo. Alguna de las palabras y de las expresiones no son habituales, pero su español es de tan cuidado uso y redacción, que sería inapropiado corregirlo. Las fotos también las ha aportado Krzysztof Szczurek "

Propongo sustituir la palabra “mariposa” por “murciélago” y aquí tenemos nuestra teoría del caos en práctica. Un virus invisible por ojo humano transportado por un murciélago chino ha casi paralizado el mundo entero durante tres últimos meses y no sabemos para cuanto más y en qué forma.

 El patógeno pequeñito nos ha catapultado en marcha atrás al siglo XIX de estados nacionalistas con fronteras bien definidas y defendidas, obligaciones incómodas y derechos civiles restringidos. El mundo en cuarentena. La cuarentena se hace en casa.

Pero ¿dónde está mi casa? ¿En Polonia donde nací y viví 33 años, donde viven mis padres, familia y amigos? ¿En Bruselas donde vivo y trabajo desde hace 16 años? ¿En Suecia donde vive y trabaja mi pareja? ¿O en La Gomera donde tenemos nuestro refugio, una casa escondida en el verdor de un valle perdido? ¿Dónde estoy?

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Por ninguna parte en completo: Si mis piernas están enraizadas en las llanuras de Polonia y mi cabeza se ha atascado en un cielo nublado de Bélgica, mi corazón, por turno, ha decidido quedarse en una pequeña isla redonda y muy montañosa en el Atlántico. No es fácil ser ciudadano del mundo en estos tiempos raros.

Al entender que habíamos comprado una casa en la isla en 2015 la gente presume: ¿habéis seguramente pasado mucho tiempo allí antes para tomar una decisión tan importante, no? Pues, si, un día en enero del 2012. Ún día. Fuimos de Tenerife donde pasamos una semana, la primera en Las Canarias, y donde comencé a aprender el castellano. Fue una excursión corta e intensa.

Correr por las calles de la villa, un café en las Carabelas, unos vértigos desde Degollada de Peraza, contar otras islas desde el Garajonay, enamorarse en la laurisilva en Las Creces, probar el gofio en La Casa Ifigenia (¡que frío fuera y que raro este gofio!), tener impresión de haber entendido el silbo pasando por un pueblo (¿o fue el canto del mirlo?).

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Antes de llegar al Centro Visitantes una parada muy corte en el mirador de Vallehermoso. El tiempo fue muy bonito: despejado pero fresquito. En la foto sacada este día se ve una mancha roja contra el fondo de un verdor interminable: el techo de la casa que todavía no supimos que íbamos a comprar en el futuro. Cuando unos años más tarde buscaba un refugio en este mundo cada vez más ruidoso y loco, la mariposa se sentó sobre mi brazo y susurró: y ¿porque no La Gomera? Verdad, ¿porque no? 5 meses más tarde abríamos la puerta de una casa escondida en el verdor de un valle perdido. Se sintió correcto desde el primer momento.

El valle se llama Garabato. No conocía esta palabra antes pero me gusta: significa una letra, un dibujo o un signo mal trazado como el que hacen los niños al aprender a escribir. Esta imagen tiene algo arquetípico, algo de los orígenes de todo. El dibujo del corazón y no del cerebro. Con sus turnos y curvas, sus altas y bajas, la calle Garabato para mi es una metáfora de la vida.

Llena de sorpresas, encuentras imprevisibles, con una parte densamente poblada y más aislada del otro lado, se desliza como una serpiente hacia la parada de la presa: ¿el fin?  Pues, ¡no necesariamente! Garabato te ofrece una opción de evasión del destino: un sendero empinado hacia el Teón. ¿Un atajo al cielo? Pues puede que sí, pero prepárate para un verdadero purgatorio de la subida. 

Visto desde el cielo, Tenerife y La Gomera forman en mis ojos una pareja imaginaria: un pato con su huevo. Esta imagen me provoca a pensar en el dilema bien conocido: ¿qué fue primero, la gallina o el huevo? Diversos filósofos reflexionaron ante este círculo vicioso. Pues imaginados que parece que el huevo tenga el protagonismo. Dicen Aristóteles y… Stephen Hawking. Me convence esta interpretación: La Gomera es el huevo, el inicio de cosas. Mirando mi isla desde lejos sin saber cuándo podrá volver, me doy cuenta cuantos tesoros había descubierto allí. Materias primas.

Una naturaleza que te quita el aliento. Algo supernatural escondiéndose en la laurisilva – la magia de una continuidad de millones de años. La fuerza del mar que exige respeto absoluto. La energía congelada del Roque Cano que nos mira desde arriba a nosotros, los seres humanos, un poco asombrado como si se tratara de una infestación tan inesperada como efímera de unas hormigas muy exóticas.

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Y por fin, Vallehermoso, este micro-mundo en síntesis, un pueblo que parece vivir una verdadera comunidad, que tiene todo lo necesario para estar bien evitando la pesadilla del mundo perdido en el abismo de falso brillo y sobreconsumo. Pero, lo más importante: su gente generosa y suave, que nos han acomodado con una sonrisa natural, nos han aceptado como vecinos y con quienes siempre podemos contar - no es una cosa obvia en el mundo lejano. La gente que ama y respeta la naturaleza excepcional de su isla única. No es de extrañar que la mariposa del destino me susurró al oído: ¡La Gomera! ¡Hasta pronto, amigos! ¡Ojalá!