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jueves, 28 de marzo de 2024 08:29h.
Opiniones

Cuando el cliente no es lo primero

La buena atención al cliente es esencial si se quiere tener éxito empresarial. Esto no se aprende en ningún manual del buen emprendedor o de cómo ser un directivo eficiente, sino que tiene que ir en el ADN de la propia persona.

En España, con la crisis lacerante que existe, es digno de ver cómo hay personas que aún son capaces de guardar unos euros para salir a comer o a cenar un fin de semana. Precisamente, si algo incentiva el motor productivo de este país es que exista consumo. Si todos nos quedásemos en casa, al final no quedaba abierto ni uno de esos benditos bares, todos chaparían por falta de clientela.

Sin embargo, existen establecimientos que aún no se han percatado de la importancia de un buen trato al cliente, creen que lejos de tener ante sus narices a un tesoro al que cuidar, fidelizar y atenderle correctamente (nada que ver con un mielufluo peloteo) piensan que no tienen que plegarse a sus peticiones y pueden dejar sentados por más de 45 minutos a unos comensales que, dicho sea de paso, tampoco habían pedido un plato más propio de El Bulli.

La cuestión es que cuando más delicadeza debería existir en un contexto económico como el actual, acontece justamente lo contrario, que les da igual a los empleados de un restaurante, así sea incluso de comida rápida, dejarte en la estacada. Ellos piensan que te tienen ‘atrapado’ por el simple hecho de traerte raudos y veloces la bebida, truco demasiado visto, no sólo por el hecho de que creen que así ya no vas a pirarte, sino que además, del aburrimiento, acabarás tomando una segunda ronda (en algunos casos daría hasta para una tercera).

Es obvio que a ellos, a los trabajadores, que seguro que están currando por un ínfimo salario, les da igual atender a más o menos clientes y, sobre todo, el trato que les dispensen. Pero a los dueños de las franquicias, por ejemplo, estoy convencido de que no les da igual y tarde o temprano llegan los clientes, quejas en mano o por Internet y el resultado es que, o bien hay que cerrar el local o poner de patitas en la calle a toda una caterva de vagos que sólo están prestos, a fin de mes, a cobrar su escuálida nómina (pero es que en algunos casos alguno se hace acreedor, incluso, a una cantidad menor).