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miércoles, 24 de abril de 2024 19:07h.
Opiniones

Cuando rizamos el rizo

PRIMER LUGAR DE PARTIDA: Me encuentro ubicado en un soleado banco de una muy popular plaza, estratégicamente estacionada, en un agradable término de nuestra significativa Provincia.

PRIMER LUGAR DE PARTIDA: Me encuentro ubicado en un soleado banco de una muy popular plaza, estratégicamente estacionada, en un agradable término de nuestra significativa Provincia.

Por ella a diario, a cualquier hora que sea, se mueven auténticas riadas de seres humanos que fluyendo por todas partes o rincones, a borbotones, constituyen una transitoria y vertiginosa aparición.

De pronto, frente a mí, se detiene un desconocido joven que aparece acompañado de un simpático perrito blanco, de esos, característicamente “falderos” pero... con más pelos en la cabeza que un rapaz carnívoro, de tal perfil y talante, que los mismos, le caen sobre la frente como una espesa cortina, cubriéndole unos negros ojitos avispados que, a penas, alcanzamos a distinguir.

El chucho anda resoplando, como si en realidad hubiese consumado un largo y apesadumbrado recorrido, seguramente, acompañando a su pulverizado dueño en ese sano y recomendable ejercicio de la cotidiana caminata, tan reiteradamente exhotada por los doctores, para rebajar peso, cauterizar grasas y, así, poder conservarse en la más y mejor buena forma posible.

El muchacho, consigue sacar de su rústico morral, una pequeña botella plástica repleta de refrescante agua mineral comercial.

Hace como un hábil cuenco en una de las manos y comienza a darle de beber a su sedienta mascota, acto que el animalito realiza con una pasmosa rapidez, vorazmente, mucho más que precipitada.

En menos de dos fugaces minutos, deja plenamente vacío el plástico envase.

-.- ¡TENÍA SED, EH!

-.- ¡SÍ, DEMASIADA! VENIMOS DESDE “LAS TERESITAS”,
HACIENDO “FUTINS”!

Seguidamente, toma el mencionado recipiente y, sin más, lo lanza al suelo.

El avispado perrito, salta raudo como un rayo, lo recoge con sus diminutos dientecillos, comienza a dar brincos y, pulcramente, va y lo deposita en una cercana papelera que por allí había.

-.- ¡CARAMBA, AMIGO, QUÉ BIEN!

-.- ¡ES UNA DE LAS MEJORES MAÑAS QUE LE HE
PODIDO METER EN LA CABEZA!

-.- ¡LE FELICITO, SEÑOR! SORPRENDENTE EJEMPLO!

Segundo éxodo: Me dirijo hacia la recorrida avenida “Bélgica” y, la comienzo a transitar hasta venir llegar a parar, casi, casi, frente por frente, ante los propios dinteles de una pública, atenta y servicial farmacia.

Al rato, un señor sale de la misma. Estoy aguardando la permutación semafórica para cruzar de acera.

El tipo, se ubica a mi lado, teniendo en la mano una diminuta
cajita de cartón en cuyo interior, seguramente, iba algún correspondiente producto médico.

La abre, se queda con su contenido y, despectivamente, como un experto lanzador, con toda nociva desfachatez, y bien refrescada carota, de un desdeñoso tirón, plácidamente, la dispara en la asfaltada médula de la propia vía.

En ese preciso instante, pasa una distinguida señora que, por su peregrina catadura, me dio la momentánea impresión de que debería de ser una turística visitante extranjera.

Ante mi natural asombro, la indicada dama, se inclina, recoge la caja, incomunicada a mitad de la calzada y, gentilmente, se la ofrece al impasible “tirador.”

-.-¡NO, SEÑORA; NO SE PREOCUPE QUE ESTÁ COMPLETAMENTE VACÍA!

La mujer, lo intenta por segunda vez y, ante su obstinada negativa, va y la deposita en una oportuna papelera que por allí adyacente, se encontraba, a la par que le decía

-.- EN EL MÍO PAIS, SANCIONAR FUERTEMENTE A LOS QUE HACER ESTAS DESVERGONZADAS COSAS!

¡Ahí queda eso!

Y, de esta manera, hemos conseguido llegar al virtuoso final de dos prácticos ejemplos que, rizando el rizo, nos vienen claramente a demostrar la general impotencia de unas hartas autoridades que, a pesar de las serias advertencias, continuos avisos y repetidas notas, por todos nuestros calles, al parecer, de una vez por todas, definitivamente, no quieren evaporarse los pegajosos chicles, ensalivadas colillas de cigarros, papeles e inmundicias perrunas que, cual cívica maldición, pesa sobre todos nosotros.

Algunos, afirman aquello de...<PERRO QUE LADRA, NO MUERDE>

¡Que un triste chucho y una eventual visitante forastera, vengan a darnos una práctica lección sobre algo que ya de sobra bien conocemos, resulta excesivamente, inadmisible, desconsolador y patético!