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viernes, 19 de abril de 2024 01:05h.
Opiniones

Mi desconocido tío Tomás

Artículo de D.Rafael zamora Méndez Todo aquel buen herreño, gomero o isleño de cualquier rincón que sea o pertenezca, dentro de  nuestro querido Archipiélago, verdaderos amantes del vernáculo Deporte que tanto nos distingue, suele estar al corriente

Artículo de D.Rafael zamora Méndez

Todo aquel buen herreño, gomero o isleño de cualquier rincón que sea o pertenezca, dentro de  nuestro querido Archipiélago, verdaderos amantes del vernáculo Deporte que tanto nos distingue, suele estar al corriente de haber podido llegar a conocer una extensa lista existente de Grandes Figuras oriundas, que en el presente, nos sería bastante arduo de intentar especificar, dada la extensión de la misma y, por desdicha, totalmente al pairo, entre los vigentes ambientes de la moderna juventud. 

Cierto que, para muchos, nunca quedarán en las tristes sombras del ingrato olvido, los populares nombres de RAMÓN MÉNDEZ, CIRIACO MÉRIDA, los BRAVOS y MARTÍNEZ, PASCUAL HERNÁNDEZ,   JUAN GUTIÉRREZ,   AGUSTÍN PADRÓN

alias Romero-, LUÍS CANO, TOMÁS ZAMORA y otros muchos, pertenecientes por entero al tal remoto tiempo ya anteriormente aludido. 

Sobre el evaluado tío, Tomás, al que nunca tuve  la inmensa complacencia de haberle podido personalmente conocer, por lo que de labios de mis otros familiares he podido captar, alcanzamos asegurarles de  que, además de su imponente estatura, también fue algo grande en muchos de los variados aspectos habituales. 

Se distinguió  por su singular generosidad, inaudito altruismo y magnánimo corazón.   

Con toda equidad, como meritoria recompensa y honorífico galardón, recibió el curioso  título de “ARISTÓCRATA DE LA LUCHA”. 

De esa congénita hidalguía, de su campechana nobleza, a lo largo de la equitativa existencia, supo dar grandes, visibles muestras de unas estimables virtudes personales, muy plausibles de alucinar para íntegramente admirarlas, además de procurar tenerlas en cuenta.  

Como simple prototipo de lo que estamos aseverando, nos basta relatarles, un sorprendente hecho que, claramente, lo pone de manifiesto: 

Celebrábase una de esas apasionantes “luchadas corridas”, por regla general, casi siempre interminables. 

No se desafiaban equipos contra equipos, como se hace en nuestros días, sino pueblos contra pueblos. 

Se emprendían los deportivos choques con el pesado sol de la tarde y, no acababan hasta la total desaparición  de su luminosa luz.  

Por aquellas fechas, había regresado de la tórrida isla de Cuba, la soñada meta de todos los emigrantes de antaño, un buen paisano que quiso darse los pomposos aires de “indiano”, de hombre a quien le había sonreído la excéntrica Diosa Fortuna; de que traía los bolsillos bien repletos de dinero. 

No encontró  mejor manera de darlo a demostrar públicamente que, ofreciendo  una tentadora  onza de oro al valiente que aquella célebre tarde,  fuese capaz de tumbar a Don Tomás.  

La extraña propuesta se extendió rápidamente, por lo que el encuentro cobró un excepcional interés, consiguiendo  que el gentío  fuese enorme y la emoción se elevase al más intenso rojo vivo, esperando sin interrupción, la llegada del tan envidiable momento.     

¡Tumbar a aquel coloso era algo imposible, inaudito! 

¡Reunía todas las condiciones necesarias  para practicar, como diestro campeón, el vernáculo deporte! 

Sus pasmosas dotes de altura, bimbache fortalezca y fenomenal agilidad prodigiosa, le hacían casi invencible. 

Se hallaba nuestro hombre en medio del corro, erguido, desafiante, tirando a unos y a otros, con una facilidad de vertiginoso asombro. 

Aquella tarde, no había podido acudir su esposa a verle luchar por encontrarse algo indispuesta y, él le había dicho que “no regresaría a casa... ¡hasta después de haber tumbado a cuarenta hombres!” 

¡Casi nada! Pudo decirse que anduvo rozando tan exorbitante cantidad y, que si no lo consiguió, fue porque le salió al paso un curioso  contrincante que...él, sabía, andaba verdaderamente falto de agobiantes recursos económicos. 

¡Entonces sí, entonces sí que, voluntariamente, se dejó caer por dos veces seguidas, con el solo propósito de que aquel pobre ser necesitado, se apropiase de la apetecida onza de oro! 

La plaza se vino abajo de atronadores aplausos al comprender enseguida, la magnanimidad dadivosa de aquel magnífico gesto, siendo sacado a hombros por la enardecida multitud que, sin paliativo alguno, unánimemente, le aclamaron como único y exclusivo triunfante de aquella irrepetible y destacada jornada. 

¡QUÉ GRANDE FUE MI DESCONOCIDO Y DESLUMBRANTE TÍO TOMÁS! 

GRANDE EN TODOS LOS SENTIDOS: 

¡EN EL DE LA ESTATURA, CABALLEROSIDAD Y CORAZÓN!