Buscar
miércoles, 24 de abril de 2024 07:40h.
Opiniones

Vivencias de la infancia: Mi canino capitán

Por una de esas puras casualidades que a veces suelen presentársenos, esta misma  mañana, después de haber abierto mi “computadora”, (popular denominación que se me ha fijado, desde la muy recordada estancia en hispoanoamérica, a lo que nosotros, comúnmente solemos conocer como

Por una de esas puras casualidades que a veces suelen presentársenos, esta misma  mañana, después de haber abierto mi “computadora”, (popular denominación que se me ha fijado, desde la muy recordada estancia en hispoanoamérica, a lo que nosotros, comúnmente solemos conocer como “ordenador”), lo primero que realizo, es ponerme en contacto directo con nuestro DIGITAL, para estar al tanto de todo cuanto acontece en la querida Isla de La Gomera, así como en el mundo entero.

Una vez realizada tan agradable faena, me he entretenido leyendo otro acreditado periódico nacional que venía acompañado de un bello DVD, ofreciendo una muy emotiva película, protagonizada por el encanecido, Richard Gere, narrándonos  la conmovedora historia del increíble perrito,”HACHIKO,” cuya sorprendente odisea, ya ha traspasado por completo, lo sobrehumanos linderos de la propia Historia.

Tal hecho, ha sido capaz de traer a mi imaginación unos perdurables recuerdos infantiles que, hoy, deseo compartir con todos ustedes.

Querámoslo o no, resulta ser apetecible la expectativa de poder disfrutar, en las cercanías de nuestros habitados hogares, con la fortuna de tener a nuestro lado, el inmenso tesoro de unos  buenos vecinos.

A unos breves pasos de mi domicilio, existía una  modesta Pensión, asiduamente visitada por ciertas clases de gentes que en ella, solían encontrar  un factible económico hospedaje, en el que el ambiente familiar, solía   prevalecer   como el único y más  significativo de sus  pincelados detalles.

Como positivo símbolo de buena recepción, a la entrada de la misma, un arcaico loro, garbosamente apostado en una enorme argolla de enmohecido hierro, hacía las disonantes veces de experto timbre o acústica señal, emitiendo guturales retumbos ambiguos, entre lo que se atrevía a mezclar alguna que otra destemplada imprecación de subida jerigonza callejera.

En la azotea de la tal contigua mansión, junto a los hijos de los propietarios, un atestado grupo de vivarachos compañeros intentábamos divertirnos bastante, jugando a todos los oficios conocidos habidos y por haber, hasta llegar a creernos ser los más  virtuosos comediantes, amos y señores de las deslumbrantes candilejas escénicas.

Especialmente, para esto último, sobre un extendido cordel, de lado a lado, desplegábamos unas viejas sábanas o arrinconados cortinajes que, sirviéndonos de telón, al separase... reproducíamos  muchas de las graciosas bufonadas, imitando a las numerosas que ya habíamos presenciado bajo las anchurosas carpas de los ambulantes Circos que por aquella vetusta etapa, iniciaban su bulliciosa aparición, con el gran “TOTI”, a la cabeza, primorosamente acompañado por  los arriesgados Hermanos Segura y lainimitable perla de su propio corazón, PINITO DEL ORO.

Otro de nuestros desenvueltos apegos, casi primordial y con señalada preferencia, muy por encima de todos los demás, fue el de la exaltada fiebre colectiva que exageradamente concebíamos por aquel visionado cinematógrafo de la inolvidable época.

Portando una escueta linterna de elíptico enfoque, aprovechábamos la blanca pared del dilatado zaguán, valiéndonos de ella como pantalla para proyectar sobre la misma, recortadas cartulinas, remedando  sombríos signos sensoriales con los que, megáfono de cartón en ristre o un prolongado embudo metálico, narrábamos concebidas chirigotas, historietas de novelescos amoríos  o de supuestos eventos últimamente, de boca en boca, acaecidos.

 

Una buena tarde, decidimos irnos en busca el lejano litoral.

Agazapado en un aislado rincón de aquella empedrada marea, nos tropezamos con un  afligido perrito blanco, trémulo, extenuado, errante, casi... moribundo, amargamente suplicante y básicamente desnutrido.

Su enclenque organismo estaba cubierto de sangrantes contusiones; trajinando recurrente, con los ojos vidriosos, comoqueriéndonos solicitar la más perentoria y compasiva asistencia, tal vez...inconsolable, por el cruel abandono de unos desalmados protectores que, sin humana compasión, a tan perversa inmolación le habían condenado.

Decidimos cobijarle, consiguiendo que, gracias a nuestros cariñosos mimos o esmeradas atenciones, llegara a convertirse en un simpático fiel animal de risueña compañía y relajante distracción.

 

¡Todo un recreativo espectáculo, celebrando sus ágiles brincos  de algazara cada vez que el reconocido cachorrillo, viento en popa, ladrando felizmente, haciendo oscilantes caracolas con el rabo, se aproximaba gozoso hasta llegar a dar con  cada uno de nosotros!

Fue “renacido” con el castrense nombre e  y, a estas alturas todavía, su leal evocación, ha sido capaz de transportarnos hasta las triviales andanzas de un pasado, lamentablemente, ya desvanecido entre los obligados antojos del inexorable Tiempo.

¡Cómo y de qué manera, este, nuestro particular “HACHIKO”, nos supo acompañar en la vorágine de aquellos infantiles y memorables esparcimientos!

Paisanos: ¡El prodigio de haber existido en una dorada época en la que a los propios dogos se les solían atar con regaladas longanizas,  y en la que los valiosos duros de añorada plata, rodaban de mano en mano, como pretendiendo sufragarnos los firmes propósitos de que, algún día, nuestras pueriles quimeras infantiles, llegasen a convertirse con el pago de unas muy halagüeñas y felices realidades!