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viernes, 19 de abril de 2024 01:05h.

Vulnerables

OSCAR MENDOZA OPINIÓN
“Me he dado cuenta, nos daremos cuenta, de que un beso y un abrazo supone la mejor medicina para el alma, que una sonrisa esbozada ante alguien que te ha hecho un favor es una muestra de respeto, que el contacto humano y aprovechar el tiempo vale más que gastar dinero, que, en suma, hay que aprovechar la vida porque es inestable y limitada, presente hoy y lejana ya mañana, y nadie, absolutamente nadie, puede comprar vida en una tienda.”

No sé ustedes pero a mí todo esto me ha cogido con el pie cambiado en el baile diario de la cotidianidad que te da aburrimientos pero también seguridades y algunas certezas. Ahora todo eso ha saltado por los aires y vivimos en un espacio de no vida en la que muchos se quedan en casa para ayudar y otros salen para medir sus fuerzas contra un enemigo al que no puedes ver y al que, sobre todo, no ves venir. Su invisibilidad es una de sus fuerzas. Algo tan pequeño y con tanto poder ha venido a decirnos que no somos tan fuertes como creíamos. Ésa, y no otra, es la primera lección que debemos aprender.

Muchos piensan que este estancamiento, esta pausa dolorosa y trágica, esta situación llena de miedos y lágrimas, esta, en suma, duda colectiva, ha venido por una suerte de reacción de la naturaleza antes las continuas agresiones que el ser humano ha perpetrado. Primer depredador  en los cinco continentes, el hombre no ha sabido medir la diferencia entre progresar y arrasar, quizás porque la mesura no es propia de algo tan egoísta como la conducta humana. El cambio climático está ahí y hace ya tiempo que avisa de su poder aunque algún primo aconseje a algún jefe el no hacer y dejar estar, tal vez porque los intereses de unos pocos siempre han valido más que los valores de todos. 

Y ahora empezamos a pagar las consecuencias. Hay quien dice que es la primera pandemia de otras muchas que vendrán hasta que el equilibrio se imponga al desorden, hasta que el sentido común pueda más que la cuenta bancaria, hasta que seamos capaces de entender que no hay otros planetas a dónde ir y que nuestros hijos no merecen pagar las consecuencias de actos irresponsables. Ésa es la segunda lección que debemos aprender.

Ahora que la mayoría está en casa, que una revelación ha venido a pedirnos disciplina y a medir nuestra responsabilidad y nuestra solidaridad, ahora es cuando debemos pensar en lo que es realmente importante. ¿Se atreven?  Quizás quieran volver rápidamente a esa época de dejarse llevar a ver qué pasa metidos en el tú menos y yo compro más que tú.  Quizás no quieran preguntarse quiénes son realmente y verse en un espejo que devuelve la realidad tal y como es, sin excusas peregrinas ni miradas falaces.  Es un yo contra yo mismo para conocerse al detalle.

El que escribe lo ha hecho y ha visto, además de sus innumerables defectos, una especie de desnudez al quitar lo que no merece la pena y quedarme con lo que es realmente importante, que no es mucho. He perdido peso vital que creía fundamental pero que solo era una capa de grasa engordada a base de dejarse llevar por este frenesí egoísta y consumista en el que estábamos. Me he dado cuenta, nos daremos cuenta, de que un beso y un abrazo supone la mejor medicina para el alma, que una sonrisa esbozada ante alguien que te ha hecho un favor es una muestra de respeto, que el contacto humano y aprovechar el tiempo vale más que gastar dinero, que, en suma, hay que aprovechar la vida porque es inestable y limitada, presente hoy y lejana ya mañana, y nadie, absolutamente nadie, puede comprar vida en una tienda. Ésa es la tercera lección que debemos aprender.

Venceremos, sin duda, al virus aunque va a dejar mares de lágrimas y almas destrozadas. Me asalta una gran duda que seguro muchos de ustedes comparten.¿ Qué vendrá después de todo esto? Es complicado aventurar algo ante la tremenda crisis de valores que arrastramos desde hace mucho. Sólo, quizás, podemos articular deseos y anhelos ante la segura inseguridad que está al caer y que va a marcar lo que será el mundo en los años venideros.

Poco me preocupa lo que me pase a mí pero sí me preocupa qué espacio vital se va a encontrar mi hijo cuando yo me haya ido, cuando le toque luchar y ayudar, hacer su vida, marcar su rumbo hacia lo que considere importante. Me preocupa si su contexto será un poco mejor o mucho peor, si podrá ayudar a conservar su mundo al haber llegado la humanidad a un pacto con la naturaleza. Lo que ya está quizás pueda ser mejor y lo que fue debe ser aprendido para no repetir lo malo. Debemos actuar en consecuencia y luchar por los que nos sucederán. Ésa es la cuarta lección que debemos aprender.

Ya ven, debemos aprender de esto. Diagnosticar los errores y reconocer culpas, sin rencor ni revanchismos. Asumir que, cada tres pasos, conviene pararse y reflexionar para no quedarse sin aliento y poder respirar. Debemos tener esperanza porque, como estamos viendo, las dificultades sacan lo mejor de la mayoría. No debemos rendirnos pero debemos reflexionar. Y cuando nos hayamos ido miraremos hacia atrás, felices y satisfechos, porque nuestros hijos tendrán un lugar mejor en el que vivir.