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viernes, 29 de marzo de 2024 10:15h.

El Atentado de París

Siempre se ha dicho el que siembra vientos recoge tempestades; aquí y en París (nunca mejor dicho) 

En Francia eran conocidos de la Policía y los Juzgados los terroristas yihadistas que asesinaron a sangre fría a unos periodistas por ejercer su profesión desde un punto de vista de humor satírico, pero dentro de los límites de una sociedad democrática. Nadie entiende que estos asesinos pudieran andar sueltos sin control, de acuerdo a unas leyes protectoras, o que no existen, o no se aplican.

Aquí hemos tenido algunas experiencias por las  mismas razones: el inmigrante ilegal que arrojó a las vías del metro a un joven policía, había sido detenido en nueve ocasiones y existen varias causas contra él; pero deambulaba tranquilamente por la calle y tenía ya la experiencia de que se podía enfrentar a la policía sin consecuencia alguna; tampoco esta situación puede entenderla nadie, pues, además, nos encontramos con decisiones judiciales basadas en las interpretaciones más torticeras de la Ley, como es el caso del asesino Bolinaga puesto en libertad porque hace año y medio le quedaban sólo unos diez días de vida, y ahí lo tenemos visitando tabernas y mofándose de sus víctimas.

Tenemos también la legalización político-judicial de bandas proetarras como Sertu y Bildu. Todo ello, y tantas injusticias más protagonizadas por jueces y gobernantes (considerando los que ya pasaron por esos puestos, y respetando siempre las honrosas excepciones) frente a otros casos que conmueven la sensibilidad de cualquiera, como es el hecho, por ejemplo, de esa pobre mujer que se enfrenta a varios años de cárcel porque hace cinco años robó una cartera para poder alimentar a su hija; de acuerdo, que se le aplique la Ley, pero ¿Qué Ley aplicamos a los casos citados? Y no olvidemos que no hay que cambiar las leyes ni hacer otras nuevas; hay que cambiar a los gobernantes, es decir, a las personas.

Nuestras autoridades han sembrado en los poderosos que dilinquen, y en los asesinos islamistas, una confianza que usan con toda frialdad. Al mundo islámico se le ha permitido la construcción de gran número de mezquitas en España, al tiempo que han conseguido que retiremos los crucifijos de las escuelas porque dañan sus sentimientos religiosos; en muchos pueblos españoles, por la misma razón, se ha prohibido la construcción de Belenes en Navidad, etc. etc.  Nosotros, en sus países, nos tenemos que descalzar para entrar en sus templos; ¡no les digo si pretendiéramos edificar una iglesia cristiana en alguno de esos países! Pero, de seguir así las cosas, será peor cuando nos tengamos que descalzar nosotros para entrar, por ejemplo, en nuestra propia Mezquita-Catedral de Córdoba. Quizá lo veamos algún día. 

Nuestros gobernantes no se ocupan seriamente de estos asuntos, que seguirán empeorando inevitable; sus buenos sueldos y, sobre todo, sus grandes y eternos privilegios (no todos conocidos) los distancia, cada vez más, de los ciudadanos, y no están dispuestos a comprometerse con ellos por temor a perder todo lo que tienen hoy, y conservarán mañana.

Es por ello que su falta de interés, su irresponsabilidad, su apatía, su total autocomplacencia, y otros sentimientos negativos del subconsciente del gobernante, va formando el caldo de cultivo que alimenta los vientos que van sembrando a los pies de esos asesinos, ajenos a cualquier religión que ampare sus crímenes. Siembra vientos, y recogerás tempestades.  Aquí y en París-