Buscar
jueves, 18 de abril de 2024 15:40h.

Sembradores... ¡a la siega!

Intentemos derrumbar arraigadas barreras  y onduladas montañas  de inquietantes vacilaciones y absurdas negaciones en las que, vagamente, nos hemos cobardemente atrincherados.

Mis Seleccionados Amigos de Gomeraactualidad: Cada día, sea como sea, procuramos abrirnos personales caminos en el solitario desierto de nuestro propio aislamiento, quizá, transitando a través de los más alarmantes miedos sin fin; de  esas exasperadas  indecisiones que, forzosamente, nos atajan y paralizan.

¡Hay que intentar saber aplanar combinadas autopistas, las  que sean capaces de conducirnos al feliz encuentro de todos los amigos, e incluso, hasta de los inoportunos refractarios!

Tenemos que  aprender a coexistir, como es debido,  entre tantas y tantas renovadas sueltas culturas de raza o religión; con los desventurados emigrantes y marginados pobres, totalmente distanciados por completo, ante la ecuánime indolencia absoluta de muchísimos excéntricos personajes que, sin alma ni corazón, se asumen al loco cortejo de la colectiva indiferencia.

Intentemos derrumbar arraigadas barreras  y onduladas montañas  de inquietantes vacilaciones y absurdas negaciones en las que, vagamente, nos hemos cobardemente atrincherados.

 

Una palabra, dicha a tiempo, puede servir de mucho.

Muchas palabras...muchísimo más porque, esta sorprendente señal sonora, según he podido analizar, tiene nutrida fraternidad con la irrefutable  Aritmética:

Divide, cuando se utiliza como una aguzada cuchilla, únicamente, para castigar.
Resta, cuando se emplea con ligereza, para censurar. 
Suma, cuando, como en este analógico sucede, para comunicar y, multiplica, cada vez que, aquí, la esplendidez se desborda, para solamente, diariamente, querer servirles, sin esperar vanas recompensas de ningún género.

Si mal no recuerdo, hace ya algún largo tiempo, en mis cumplidos  años  colegiales, un buen maestro gallego que tuve,  nos narraba una extraña leyenda que, más o menos, decía así: Un joven, cierta vez soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que un célebre mago de la época, se encontraba detrás del mostrador.

-.- Qué vende usted aquí, Sr. Houdine?

-.- ¡Todo lo que tu corazón desee!- (Le respondió)

Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el chaval, sobreexcitado, se decidió a pedir lo mejor que el ser humano, de veras, podría desear:

-.- ¡Quiero, Amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor! deseo que en el mundo se acaben todas las guerras, el terrorismo, las crisis, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones  a los derechos humanos!

Cuando el mancebo  terminó de hablar, el portentoso mago, le dice:

-.- ¡Amigo, creo que no me has entendido! aquí, no ofrecemos frutos! ¡solamente vendemos semillas!

Y, tal fábula, nos induce a que, todos nosotros, hemos de convertir en frutos, las pocas o muchas semillas que poseamos.

Tenemos de proponernos  ser auténticos, renunciando a la hipocresía, la falsedad, la adulación. 

Hemos de renunciar a la fantasía, tras la búsqueda de una vida sana y la mejor  cultura.

Apartarnos por completo a la falsa culpa; al... no puedo, no tengo tiempo.

Decidirnos de una vez por todas a tramitar pasar por alto a cuantos nos hayan ofendido, al odio, al rencor, al resentimiento, silenciando a las palabras duras y a las hirientes maldiciones.

Desistir del egoísmo, la avaricia y, al loco deseo de querer poseer más y más, anhelando  obtener de todo.

¡A vivir la vida que disfrutamos, rechazando a los miedos, a los temores y, hasta  a la propia muerte, porque, hace falta toda una vida entera, para aprender a vivir!

 

De este mundo, queramos o no, tarde o temprano, hoy o mañana, a la fuerza, tendremos que marcharnos.

¡La inclemente e inexorable señora de la incasable guadaña,  para nada exime ni, sumisa, se postra ante nadie!

La mayoría de las veces, para engañosamente tratar de ser venturosos, tontamente, decidimos ni siquiera pensar en ella.

Mientras podamos circular por la vida, intentemos sembrar todo lo que nos sea posible ya que,- y no es la primera vez que lo decimos-, en el sepulcro, no nos será permitido el llegar a cumplir ni tan siquiera, con el más mínimo de los buenos deseos.

 

¡Finalizando: Nuestro éxito en la vida, depende de la ternura que tengamos con los jóvenes; la compasión con los ancianos; la simpatía con los necesitados; la tolerancia  con los débiles y fuertes, porque, fatalmente, a lo largo de la existencia, nos tocará ser todos ellos!