El bosque mágico de La Gomera

Llamadlo mágico, encantado, espectral, onírico... Da igual. Pasear por el bosque del Parque Nacional de Garajonay, en La Gomera, es como entrar en el territorio de los cuentos. 

Marino Holgado .-Me gustan los bosques, el placer de caminar por la navarra Selva de Irati, por el madrileño Hayedo de Montejo, por el de Saja, en Cantabria o por cualquier monte vasco. Y, mucho más al sur, recorrer la espectacular Caldera de Taburiente, en La Palma, o el mágico Garajonay, en La Gomera. Por eso, este último verano he sufrido al ver las llamas acechando los bosques canarios, la estúpida mano del hombre malogrando nuestro entorno más preciado (y, a veces, menospreciado). Nuestro primer viaje de la temporada nos lleva hasta la llamada isla redonda de las Canarias, La Gomera.

Llamadlo mágico, encantado, espectral, onírico... Da igual. Pasear por el bosque del Parque Nacional de Garajonay, en La Gomera, es como entrar en el territorio de los cuentos. La humedad permanente proporcionada por los vientos alisios ha creado aquí una cubierta vegetal espectacular, un abrigo verde que recubre troncos de árboles y rocas, en un paisaje en el que nadie se sorprendería si, de repente, apareciera un gnomo correteando por la foresta.

La Gomera es una isla en la que el turismo se hace de forma sostenible. No hay grandes hoteles y muchos viajeros conocen la isla en viajes de un día desde la vecina Tenerife. Por eso, quedarse varias noches en la isla tiene su recompensa. Con una capital, San Sebastián de la Gomera, que apenas ronda los 7.000 habitantes, el resto de la isla va en proporción: pequeños pueblos, carreteras en las que una recta de más de 100 metros es toda una sorpresa, miradores donde tú serás el único testigo del paisaje salvaje de la isla y múltiples caminos por el bosque de Garajonay en los que sólo por pura casualidad te encontrarás con alguien.

En Garajonay, la luz y la vegetación conforman curiosas escenas | Foto: Marino Holgado
Una intrincada carretera lleva desde San Sebastián de la Gomera hasta el corazón del Parque Nacional de Garajonay. Ascender con el coche las duras pendientes hasta ser engullido por un manto vegetal, detener el vehículo en alguno de los estacionamientos que hay en los márgenes de la calzada y comenzar a caminar por sus senderos señalizados, es toda una inmersión en un mundo encantado.

Los 40 kilómetros cuadrados de esta reserva natural constituyen la zona más extensa de bosques milenarios en Canarias. 86 kilómetros de caminos señalizados y con diferente dificultad y duración, permiten recorrer todos los rincones del parque.

Es sorprendente que a pocos kilómetros del Sáhara, el mayor desierto del planeta, puedan encontrarse paraísos vegetales como Garajonay. Las nieblas y la humedad que suben desde el océano y permanecen en las alturas de estas islas hacen posible la existencia de estos impresionantes bosques de laurisilva, protegidos como Parque Nacional desde 1981.

Los gomeros, desde siglos atrás, supieron aprovechar estos bosques sin acabar con ellos. Fueron el soporte vital de la economía agrícola de la isla pero, quizá por saberse rodeados por el océano, tanto cuando eran propiedad privada como pública, siempre hicieron de Garajonay un uso sostenible.

La isla no ofrece sólo plantas y fauna, también lugares como Los Roques, penachos rocosos por encima de los 1.100 metros de altura, visibles desde el mirador del Bailadero, al que puede llegarse por carretera. Y también pequeños pueblos situados en los cuatro barrancos que forman La Gomera, lugares donde detenerse un instante para descansar de tanta curva y tanta pendiente. Los gomeros han sabido aprovechar el mínimo espacio que les quedaba entre la montaña y el Atlántico para hacer su vida, levantar sus pueblos, construir bancales en los que arañar a la tierra algo para comer.

No es La Gomera una isla de grandes playas, aunque algunas hay. No es una isla a la que llegar para tumbarse al sol, aquí se viene a caminar, a comer, a desconectar. E incluso a imaginar a Cristóbal Colón en 1492 saliendo de aquí rumbo al oeste para llegar, eso creía él, a las Indias. La isla fue, en sus viajes posteriores a América, lugar de escala y aprovisionamiento. Y de ahí le quedó, para siempre, el apelativo de isla colombina.

La Gomera no defrauda al viajero. Tres o cuatro días aquí pueden ser suficientes para conocer la isla y dejarse amodorrar por la calma de los gomeros. Nunca se puede ir demasiado lejos en esta isla y, por eso, nunca hay demasiada prisa para hacerlo.

DATOS PARA EL VIAJE:

A La Gomera se puede volar desde Tenerife en un corto trayecto de media hora. Hay un vuelo al día con la compañía Binter Canarias. También se puede llegar en ferry desde esta misma isla o desde La Palma si te lo planteas como un recorrido por varias islas canarias. Una buena opción para alojarse es el Parador de San Sebastián de la Gomera. Los precios superan los 100 euros por noche, pero si puedes alojarte en una habitación con vistas al océano y a la vecina isla de Tenerife no lo lamentarás. La isla ofrece, de todas formas, casi medio centenar de alojamientos entre hoteles, casas rurales y apartamentos. Imprescindible alquiler un coche para moverse por la isla.

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