Un milagro a la puerta

  Se acerca SEMANA SANTA, con sus ritos de Pasión.

 

Se acerca SEMANA SANTA,

con sus ritos de Pasión.

¡Aquí, les dejo esta estampa,

con la más graciosa trampa,

que ingeniara un santurrón!

 

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Pongamos el ojo fijo,

en este santo varón

y, aunque él jamás nos lo dijo,

resultaba ser un tío,

de timbrada tradición.

 

 

Era recto como un palo

y, de limpios pensamientos,

asustándole el pecado,

del que vivía alejado,

cumpliendo los Mandamientos.

 

Conocían su honradez,

y rectitud soberana.

Devoto de san José,

a la iglesia siempre fue,

de tarde, noche y mañana.

 

Era uno de esos...,

(no piense el gomero mal),

que así, son bien llamados,

los que van uniformados,

con una capa, no más.

 

Tenía las manos gastadas,

de pasarlas por los santos

y, en misas de madrugadas,

rezando te lo encontrabas,

con sus místicos encantos.

 

 

 

Quiso estudiar para cura

pero...un amor, se lo impidió.

¡Se quedó sin la tonsura,

por una linda criatura

de la cual se enamoró.

 

Se casaron venturosos,

una noche de verano.

¡Por trabajar... amorosos,

se sintieron muy dichosos,

concibiendo a un hijo enano!

 

Y... sucedió que un buen día,

se encontrara una cartera:

-.-¡DE GUADALUPE, VIRGEN MÍA!,

¿QUIÉN ALLÍ LA DEJARÍA,

TIRADA EN LA CARRETERA?

 

Con los ojos como un plato,

vio un buen fajo de billetes.

¡Lavarse, como Pilato,

era para un timorato

que rechazara banquetes!

 

Más... lo peor de la cuestión,

estaba en su rectitud.

¿Cómo obtendría el perdón,

si derrochaba un doblón,

sin mancillar la virtud?

 

Entones, se le ocurrió,

una idea muy brillante:

A san José recurrió,

la cartera le llevó

y se la puso delante:

 

-.- MI MUY QUERIDO PATRIARCA,

¿QUE HAGO CON ESTA GRAN SUMA?

¿LA PONGO TODA EN LA BANCA?

¿LA CIERRO CON BUENA TRANCA,

O...QUIERES QUE LA CONSUMA!

 

Como el santo se callaba,

creía en su aprobación.

¡De la fortuna encontrada,

a cada instante gastaba,

los billetes a montón!

 

Y, así lo hizo, día tras día,

como rezando el rosario,

porque, en el fondo, sabía

que San José no podía,

prescribirle lo contrario.

 

Al sacristán de la iglesia,

no se le pasó por alto,

la repetida insistencia

que, lejos de su presencia,

realizaba el tenaz beato.

 

Lleno de curiosidad,

intentó el acecharle.

Para saber la verdad,

tuvo el invento genial

de al Niño Jesús, cambiarle.

 

A san José se lo quita

y le pone a un hijo suyo,

para que luego le diga,

lo que aquella alma bendita,

susurraba cual murmullo.

 

Por fin, llegó el “gastador”,

como una flecha certera:

-.- GUARDIÁN DE MI SALVADOR,

DÍMELO TÚ, POR FAVOR,

¿QUÉ HAGO CON ESTA CARTERA?

 

Y, el niño, así, le contesta,

con tono bien adecuado,

como un milagro a la puerta

que se hubiese presentado:

-.- ¡PONLA EN MI MANO, COMPADRE!

 

 

 

Nuestro hombre, asombrado queda,

suspira y da por respuesta:

-.- USTED, SE CALLA, MALCRIADO,

¡QUE ESTOY HABLANDO CON SU PADRE!