Un mundo viejo, un mundo nuevo

Pocas cosas nacen sin dolor y ninguna gran transformación ocurre sin tensiones. Estamos viviendo el ocaso de un modelo de sociedad que puede y debe ser sustituida por otra. Hablo del colapso de una economía basada en explotar hasta el agotamiento los recursos naturales, que será reemplazada por una nueva manera de hacer y entender el mundo en el que vivimos, basada en el respeto al medio natural. 

Tenemos la obligación moral de dejar a nuestros hijos un planeta más sano del que nos encontramos nosotros. Y tenemos la urgencia de luchar contra unos cambios, producidos o favorecidos por la huella de contaminación que deja la actividad humana. Hasta hace algunas décadas eso era imposible, pero ya no. Ahora podemos producir energías limpias. Podemos impedir que se esquilmen especies marinas, poniendo en peligro su supervivencia. Podemos hacer miles de pequeñas y grandes cosas que mejorarán el lugar en el que vivimos.


Pero ninguno de esos cambios se va a producir sin tensiones. Y es normal que sea así. Porque supone cerrar la puerta a un mundo viejo y abrir las ventanas a uno nuevo. Y porque implica una voluntad política que exige tomar decisiones que a veces no son populares, como las limitaciones al crecimiento insostenible. Todo esto necesita consenso, acuerdo y participación de todos, porque la tarea es tan ambiciosa que lo exige. 


Estoy siguiendo, desde la ultraperiferia, el estéril debate sobre el uso del gas en Canarias. Hace veinte años que tendríamos que estar utilizando ese combustible, que es menos contaminante que el diésel o el fuel. Es difícil, por no decir imposible, que hoy se plantee una inversión de trescientos millones en una desgasificadora. Pero eso no quiere decir que no debamos usar ese combustible en la medida en que sea necesario como transición hacia nuestra independencia energética. Debemos aumentar nuestra soberanía y reducir nuestra dependencia del suministro de proveedores que se encuentran muy lejos. ¿No vamos a aprender nada de la crisis del precio de la luz que se está produciendo ahora mismo a causa, entre otras cosas, del suministro de gas? 


Lo que deberíamos estar discutiendo ahora mismo es por qué Canarias no cuenta hoy con una mayor capacidad de producción de energías renovables. Y sobre todo, por qué no tenemos sistemas de almacenamiento para poder mantener un sistema que ahora mismo y por muchos años —nos guste o no— sigue dependiendo de los derivados del petróleo para responder rápidamente a las demandas de los picos diarios de consumo. Tenemos a nuestro alcance una energía limpia, ilimitada y gratuita. Y hay poco que discutir. 


Se han cometido muchos errores. Y no haber usado el gas, hace algunas décadas, fue uno de ellos. Pero no deberíamos perder el tiempo hablando de una estación por la que ya pasó el tren de los cambios que Canarias tiene que hacer para sí misma y para colaborar en la lucha contra el cambio climático. Podemos usar el gas como combustible de transición —que es lo que está debatiendo ahora Europa— en tanto impulsamos de una vez nuestra apuesta por las renovables. Y ambas cosas son perfectamente compatibles.

 

Islas como La Gomera han empezado, desde hace años, una firme transformación para favorecer y aumentar el autoconsumo con energía solar o para impedir el crecimiento descontrolado de actividades que colisionen con la naturaleza. El modelo de economía que tenemos no se puede comparar, en términos de riqueza económica, con el desarrollo masivo del turismo en algunas zonas de Canarias, pero les aseguro que es mucho más equilibrado y mucho más sano.


Para un archipiélago que vive y vivirá del turismo, defender el medio ambiente no es una opción. Es la única opción. Pero lo primero que tenemos que asegurar es el bienestar de las personas. Por eso no solo no nos negamos al crecimiento, sino que apostamos por él. Si no hay prosperidad, comercio, turismo, agricultura, pesca…, si no existe actividad económica, lo único que se consigue es la pobreza y la emigración. En ese equilibrio de valores es donde nos jugamos el futuro.