El “Misterio” del Garajonay; su poder hechizante.

Quien por primera vez le visita, queda “irremediablemente” prendado de su belleza y repite. Quizá sea ese su Misterio; el poder de “hechizar”.

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Intentar concretar sobre “Misterio” que envuelve al Garajonay es, sin lugar a dudas, una cuestión que principalmente se basa en la forma individual de aquel que le visita le percibe y siente, aunque una cosa es segura; Garajonay tiene el poder de hechizar a quienes se adentran en sus dominios.
Con motivo del “Día Europeo de Los Parques”, este año bajo el lema “Cambia el clima, cambian los Parques”, Garajonay ha sido el protagonista de los diferentes Actos que se han celebrado y, Hermigua, el municipio para su desarrollo. Varias charlas, la proyección de un Documental y una visita a un rincón del Parque, fueron los eventos con los que contó el Programa. 

De todos ellos, quizá este último, fue el que logró despertar la conciencia sobre la necesidad de mantener viva esta joya del Terciario; un contacto íntimo y directo con el Bosque que, a medida que se va “descubriendo” va aflorando en quienes le visitan, ese poder de hechizo que Garajonay ejerce y al que nadie es inmune.

La Caminata: Arboreto y circular Presa de Meriga.

Una ruta poco conocida, pero perfecta para iniciarse en la aventura tranquila del senderismo en La Gomera. Una ruta muy recomendada por su sencillez y por el magnífico entorno natural situado dentro del Parque de Garajonay. Este paseo durará algo más de cuarenta minutos y permite adentrarte en los bosques de Laurisilva que forman el pulmón de La Gomera. Realmente es un paseo muy agradable en el que se puede disfrutar de sus riachuelos y lagunas, de su flora autóctona y árboles frutales, donde vienen a alimentarse los habitantes de esta zona boscosa.
El sendero que parte desede Arboreto, es ancho  y sosegado, sin muchas pendientes. Es un hilo zigzagueante y marrón que discurre en trechos desde los costados de las laderas del monte y al lado del barranco, reverdecido de helechos.

Se sube casi sin percatarse que, las pisadas avanzan sobre un terreno cargado de vida, de historia y sobre todo, un espacio en el que la naturaleza y el tiempo, han sido los únicos artífices de tan espectacular obra. El suelo del camino, cubierto en ocasiones de hojarascas marrones y rojizas, brilla en ocasiones y donde más clarea, con esos tímidos rayos de Sol que han sido capaces de abrirse paso entre tanta espesura. 


 
Es mañana en la mañana. El aire es de un color y olor inmaculado, limpio, fresco, cargados de aromas a laurel, a cedro. La claridad dentro del bosque es siempre de un tiempo indefinible, de una brillantez apagada, de una luminosidad sombría. La luz plomiza no tiene hora, los espacios y las formas pierden sentido y orden bajo esta catedral infinita. Devoción a sí misma, callada y paciente en su encierro. Ni un murmullo. El silencio del monte es aplastante, un silencio roto por el trino de los pájaros y la propia respiración que se hace perceptible; dan ganas de quedarse, de no abandonar nunca esa sordera verde del Garajonay. 

Grajonay es silencioso pero no quieto, hierve la vida. Sombras ráfagas aparecen y desaparecen en el intrincado escenario de bejucos y ramas . Aquel que camina por el sendero sin esconderse, libre y evidente, pone en movimiento a este mundo todo, que se desintegra frente a sus ojos en miríadas de insectos, pájaros  y lagartijas que se desbandan hacia escondites imposibles. De rato en rato, algún que otro mirlo, llama incesantemente a su prole que, ya con esos primeros rayos del Alba, han querido dar ese primer salto hacia la libertad que ansiaban desde el nido. Siluetas negras y amarillas que, con sus primeros brincos, de rama en rama, dejan las hojas diciendo adiós... a nadie.

Todo el Garajonay  es un “animal”, que persigue, que huye, que acecha, que se detiene azorado ante la magia críptica del que en un instante desaparece sin haberse movido; es en sí, el escenario de la lucha diaria por la pervivencia en la que, “comedores y comidos”, sangre y clorofila, palpitan a un tiempo, exaltados por la humedad, el calor y la magia del Bosque.
 
Estamos de pie frente a majestuosos árboles. Un enorme Viñátigo que recorre con un lento movimiento ascendente de cabeza hasta perderse en “el techo” de un Bosque que no para de crecer. Nos cautiva presenciar la tenaz inminencia de lo que empezó muchos años atrás como una diminuta semilla viva que, merced  a un pájaro que comió del fruto de su progenitor, le separó de este para comenzar su “camino” lejos de su origen.

 

Ante nuestros ojos se van sucediendo las maravillas de la naturaleza tras años de largos recorridos y estadías en el Garajonay, maravillas que la sabia naturaleza ha sabido moldear a su imagen y semejanza; una joya que, pese a parecer siempre la misma, con “idénticas gemas” o el mismo engarce, siempre brinda la oportunidad de que podamos descubrir algo nuevo, diferente en cada visita. 

Caminamos  y miramos sin detallar, fascinados por el todo; cual “Voyeuristas” de la cotidianeidad del monte; solemnes y recogidos en nuestros pensamientos rotos a veces por un comentario de asombro y  en los que, casi sin permiso, se colaba la voz de Amparo que nos detallaba, cual “Enciclopedia”, todos los misterios de la vida del Garajonay.

Ojos abiertos, tanto como el resto de los sentidos para, tras llegar a la "Laguna" artificial de Meriga, comprender unos de los milagros de la vida de nuestro insigne Bosque; el agua. Quieta, mansa, como si supiera de nuestra visita  y de la intención de ser inmortalizada por nuestra retina natural y artificial. Acostumbrada ya a la columna de paparazzis que cada día le buscan, le persiguen e interrumpen por unos instantes en su labor.

Hemos gozado tanto persiguiendo, tratando de captar esa sombra esquiva del “misterio del Garajonay” que, casi sin darnos cuenta, ya iba con nosotros, grabada en nuestro ser y es que, una vez abandonado el lugar, las “mariposas” en el estómago seguían ahí. Ya conocíamos su poder. El de con su belleza, hechizarnos para siempre…