Buscar
viernes, 29 de marzo de 2024 13:54h.

Un jeta en la desgracia ferroviaria

Hay que tener la jeta de mármol de Macael o de Carrara para aprovechar la desgracia de los 78 muertos y decenas de heridos en el accidente del tren de Santiago para presentarte en comisaría e inventarte que tu mujer, la cual estaba embarazada, ha desaparecido tras el bestial impacto que hizo descarrilar al convoy.

 Este sujeto ni esperaba ser padre y, por supuesto, no había moza que estuviese con él, sino que simplemente ha tratado de aprovechar que el Miño pasaba por ahí para sacar unas perras a costa de un temible suceso. Los hay con rostro, pero esto ya es demasiado.

Lo cierto es que la Policía que, como tradicionalmente se dice, no es tonta, pilló a este elemento en cuanto trató de adornar la historia. Además, entre otras cosas, porque Renfe dispone de un listado detallado de los pasajeros en cuestión y por allí no aparecía ni por equivocación la persona que él decía. O sea, no sólo es que el tipo estaba lleno de maldad y de caradura, sino que encima, como diría José Mota: “Es que eres ‘muuuuu’ tonto, porque ir a denuncia ‘pa na’ es tontería”, y en tu caso, encima, te va a costar un pico importante.

De todas maneras, esta historia deja entrever que la picaresca en España sigue estando más en vigor que nunca. Desde los tiempos del Lazarillo de Tormes o de Rinconete y Cortadillo, somos un país que, tradicionalmente, hemos intentado salir siempre por la tangente, buscar siempre el atajo, hacer de la trampa una virtud y ver al honrado como un pringado que se empeña en cumplir reglamentariamente las leyes.

Lo vemos a diario en cualquier entorno, desde el que le escatima a la empresa unos minutos de aquí, otros de allá y los que su creatividad le dé para ausentarse más tiempo de lo debido de su puesto de trabajo, al que intenta colarse en el Metro, al que se pira sin pagar de un restaurante o simula un robo para meterle un buen palo al seguro. Seguro que ustedes han presenciado escenas de este tipo o similares. A veces nos pueden llegar hasta causar cierta gracia, pero en el fondo, cada paso que se da de más, cuando realmente llegamos a institucionalizar la trampa vamos buscando una recompensa mayor y esto es lo que intentó hacer el sujeto que se inventó una mujer muerta y embarazada para cobrar un pastizal.